IV
Las aves cantan himnos de armonía
del jardín en el centro,
y dice Irene: -fuera ¡que alegría!
¡Dios mío! ¿Quién diría
que el alma lleva tantas sombras dentro?
¿Qué me importan del alba los cendales
hechos de espuma remojada en oro;
ni esas rítmicas notas ideales
que lanza, enamorando a los rosales,
de la caterva trinadora el coro?
Por qué al sensible corazón no hechiza
ni la voz de rugiente catarata
ni el río que mi huerto fertiliza
y que cual sierpe de bruñida plata
por un cauce de flores se desliza?
¡Virgen Santa!...¿lo ves?...es que me aflijo
cerca viendo la muerte y su misterio..
¡Te lo imploro ante le Dios del Crucifijo!..
¡No me arrebates, por piedad, el hijo!..
¡No me trueques el mundo en cementerio!..
Y la madre infeliz con ansia loca
se alza de pronto, cual flecha herida..
al niño un respirar tardo sofoca,
y da calor con besos de su boca
a aquel ser que es la vida de su vida.
De pronto se oye un grito y aterrada
Irene el corazón se oprime fuerte..
besa a su hijo..quiere hablar …y helada,
al tropezar sus labios con la muerte,
sin vida cae también sobre la almohada.
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Y ocultos de la aurora con el velo,
y en pliegues de una nube reclinados,
Irene y el rubito pequeñuelo,
penetran en el cielo
por un hilo de besos engarzados
Fragmento final de "El beso de una madre"
http://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=2434
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